miércoles, 20 de octubre de 2010

Algunas veces, al atardecer...

Mientras pasan las horas del día de trabajo, repitiendo la plegaria de la oración de Jesús podemos estar en Su Presencia todo el día.

A veces, en la última hora de actividad laboral, noto un fuerte llamado a sentarme y meditar, como la suave invitación del Amor que me invita al encuentro silencioso y exclusivo con Él.


En esos momentos, el tiempo que dedico a meditar lo vivo con una serena y súbita alegría, que no se parece a otras en su origen ni en sus características. Es la alegría de Su Presencia amorosa, una tenue luz invisible que lo ilumina todo. Un diálogo profundo sin palabras, ya que ellas son obstáculo para lo que se comunica en ese momento. Una certeza, una claridad, una confianza que no viene de mí. Y en el trasfondo, sigue resonando la plegaria, como susurro o música del corazón.

En esos momentos, ¿qué puedo necesitar que no sea eso que hay? ¿qué puedo pedir al que me da todo?

En otros días, no percibo esa llamada, y esas suaves experiencias que en realidad no alcanzo a describir con mis palabras, no me acompañan, sino el silencio y una cierta pesadez. Pero igual el encuentro ES, aunque yo no lo perciba. En esos otros momentos, de nuevo: ¿Qué puedo necesitar que no sea eso que hay? ¿Qué puedo pedir al que me da todo?... Sólo quedarme sentada, silenciosa, con el corazón abierto, y en el trasfondo, siempre, la plegaria de la oración de Jesús...