martes, 26 de julio de 2011

Nuestro verdadero yo

Aunque estemos contentos y serenos, o tristes, preocupados y tensos, de todos modos los pájaros cantan, los árboles se mecen con la brisa, las flores de los jardines y canteros nos regalan su perfume y su color, el cielo nos muestra su belleza.
En una visión superficial, centrada en nosotros mismos, pareciera que el entorno natural es indiferente a lo que nos pasa. Se manifiesta más allá de nuestros estados de ánimo.


¿Pero a qué nosotros parece ser indiferente? Tenemos un "yo" superficial que fluctúa al vaivén de las emociones en las que estamos sumergidos. No podemos ver más allá si centramos nuestra atención sólo en lo que nos pasa. Hasta el entorno puede parecernos hostil cuando vivimos en la superficie. Ese yo en realidad es falso, está en nuestra mente y vive en ella, se percibe separado de todos, es individualista y egocéntrico, aislado del entorno. A ese falso yo es a quien le parece que todo es indiferente, excepto él mismo.

Cuando hacemos silencio y vamos a nuestro centro, comprobamos que esos vaivenes no llegan hasta ahí, y descubrimos nuestro verdadero ser, el "yo" que de verdad somos, el que canta con los pájaros, se mece con la brisa que lo acaricia, recibe y da su perfume y su color particular, y es uno con todo lo creado. No espera nada, no se preocupa, confía. No está triste y vive plácidamente en el seno de la creación, en el Amor universal y gratuito que se origina en Dios y que inunda y transfigura todo.

Una mirada profunda y silenciosa puede ir descorriendo el velo, con tal de que estemos dispuestos a soltar ese falso yo. Hay un mundo fuera y dentro nuestro, del cual somos parte armoniosa si lo permitimos, si nuestro yo auténtico es quien aflora y se manifiesta.

Corramos el riesgo de perder todo lo que creemos y queremos poseer, para ser libres y plenos, cantar, mecerse, perfumar, amar.


domingo, 10 de julio de 2011

Crecer en el Amor

Si estamos atentos y somos observadores objetivos, podemos apreciar que todo lo que fuimos atravesando en nuestra vida, fue para crecer en el amor. Ese es el único crecimiento verdadero, porque nuestro camino es desde Dios y hacia Dios, lo sepamos o no, y Dios es Amor.
Y los hechos que no nos agradan, o en los que hemos sufrido mucho, o que estamos sufriendo ahora, son como atajos en el camino, porque nos dejan vulnerables, como rotos, (y a esto se refiere la gente cuando dice que tiene roto el corazón), abiertos a recibir el amor que ayude a reparar la herida, y a la reciprocidad de dar amor desde el lugar en el que se está.

Nada impide que el Amor se expanda. O colaboramos porque nos dimos cuenta, o simplemente nos quedamos, pero la corriente no se detiene con nosotros, sino que se desvía y nos perdemos la oportunidad de ser parte de ella.
En el silencio interior, allí donde Dios nos habla sin palabras, nos susurra su Amor, y nos atrae hacia Él, descubrimos que no es tan importante pasarla bien simplemente, sino vivir con esa convicción de que el Amor es la única Realidad, y que se puede amar y ser amados en cualquier circunstancia.