Hay un cuento que dice más o menos así. Una madre pobre, que vivía en un lugar con muchas carencias, crió a su hija, y le dijo siempre que ella era una princesa, y que cuando creciera, y la madre no estuviera con ella, fuera al palacio a buscar a su padre, el rey.
Así lo hizo la muchacha después de pasar por muchas privaciones y de sentirse despreciada y humillada tantas veces, y en efecto, encontró a su padre, que ciertamente era el rey, y tomó su lugar de princesa.
Eso nos pasa a todos, cuando dejamos la gloria para la que hemos sido creados, y nos olvidamos que nuestro Padre es el Rey.
Pasamos angustias, privaciones, nos desmerecemos y vivimos en medio del desprecio de los demás, o lo que es peor, de nosotros mismos, cediendo la gloria que hemos recibido como don.
Pero eso es sólo hasta que recordamos. Nuestra alma es una princesa.
Sólo tenemos que volver al hogar, dentro de nosotros, y buscar a nuestro Padre en su Palacio.
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