Respirando sentada frente al mar, me descubro cada vez más pequeña. Entonces también mis problemas son algo insignificantes. Sin embargo, por allí anda siempre mi ego queriendo agrandarme, y entonces me empiezo a preocupar por las cosas, más de lo que ellas en realidad merecen. Y resulta que él va conmigo a todas partes, y me cuesta desprenderme. Sé que no es bueno para mí hacerle caso, pero muchas veces me encuentro más aferrada a él de lo que creía.
De última, me queda sonreirle con paciencia, y aceptarlo para que no me moleste.
Cuando respiro hondo frente al mar el ego sufre un golpe inesperado, y se molesta por eso.
Lo deberé trascender, como tantas otras cosas que hay en mí.
La práctica paciente y perseverante de la meditación es mi aliada. Todo va a estar bien.
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