Salíamos del grupo de meditación. Los niños de catequesis corrían y gritaban.
Inesperadamente, mi compañero del grupo los llamó, y les preguntó si sabían lo que es meditar. Inmediatamente nos sentamos todos en el piso, en círculo.
Él les contó cómo se hace para meditar, y lo empezamos a hacer juntos, con los ojos cerrados.
Eran muchos niños, y estaban los hermanitos más pequeños. Algunos se reían. Pero hubo un momento, casi detenido, en que el silencio se apoderó de todos.
Cuando terminamos, ellos aplaudieron, nos preguntaron nuestros nombres y cuándo vamos a volver. "Todos los viernes", contestó mi compañero.
Yo me sentí desbordada. Sólo había estado allí, sin hacer nada, sentada, con los ojos cerrados, meditando con ellos, sin siquiera decirles nada, asombrada.
Salí de allí muy serena, con la alegría de esos chicos dentro.
Y con el agradecimiento por el regalo fabuloso que recibí.
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